
En los municipios de Ixtlahuacán y Comala se encuentran algunos de los vestigios más representativos de la arqueología colimense: las tumbas de tiro. Esta tradición funeraria, que floreció entre el 300 a.C. y el 600 d.C., también fue compartida por culturas vecinas de Jalisco, Nayarit y Michoacán, y hoy es uno de los mayores símbolos del patrimonio cultural del occidente de México.
Estas sepulturas se caracterizan por un pozo vertical que conduce a una cámara excavada en tepetate, donde los difuntos eran depositados con ofrendas como vasijas, herramientas, armas de obsidiana y figuras rituales. Uno de sus rasgos más distintivos es la presencia de representaciones caninas, especialmente del xoloitzcuintle y el tlalchichi, perros considerados guías espirituales hacia el más allá.
Los hallazgos no solo revelan creencias funerarias, sino también la vida cotidiana de estas culturas: instrumentos agrícolas, piezas domésticas y objetos musicales que reflejan el vínculo entre la muerte, la música y la ritualidad. En fases posteriores, como las de Colima (400-700 d.C.) y Armería (700-900 d.C.), se incorporaron piezas más elaboradas, lo que demuestra la evolución de estas prácticas.
Actualmente, el Museo Regional de Historia de Colima ofrece una reproducción a escala real de una tumba de tiro, donde los visitantes pueden apreciar desde una plataforma de cristal las ofrendas y figuras que resguardan este legado. Para los viajeros interesados en el turismo cultural, constituye una parada obligada que conecta historia, tradición y naturaleza